miércoles, 2 de septiembre de 2015

122

Hay una delgada línea que separa la integridad de la caída. 
Ese instante que apenas es un roce de tiempo, en el que doblamos ligeramente las rodillas y ya no hay marcha atrás.
El miedo tan totalitario él, nos ajusta los talones y sin antorchas a mano, es difícil no caer presa de su encanto primigenio.
Yo soy capaz de las mayores proezas contra mí mismo, os aseguro que escalo los recuerdos sin arnés ninguno, boxeo con mi infancia, reduzco a trizas lo que de mí resiste todavía. Agradezco de los cristales su disposición aguda, los utilizo para hacerme señales en la cara.
¿Quién eres me pregunto?, con el rostro deformado por el rojo.
Nadie contesta.
Así suelo reiniciarme en el camino hacia el Valhalla. 
Es la única manera de dejar atrás la ciudad que fue, el idioma que no, las derrotas que no llegaron a matarme pero cuartearon mi dorsal de resistencia al espejo.


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