martes, 14 de julio de 2015

100

De pequeño me operaron de vegetaciones y puedo decir que antes de la operación yo estaba feliz, porque mi padre me había prometido que si me portaba bien, me regalaría la equipación de Arconada. 
Luego fue llegar a la sala y ver a esos dos tipos con máscaras en la boca, repitiéndome palabras amistosas mientras uno de ellos tenía dos cucharas enormes en las manos, y me entró el pánico. 
Con el tiempo desgasté la equipación de tanto usarla y cuando fui sumando años pasé de portero a libre( eso de que me dijeran que mi posición en el campo era la de líbero me parecía fantástico)
Pero lo cierto es que siempre me fascinaron los porteros, por ese duelo dramático que en los partidos tenían con los delanteros del equipo contrario. Era como asistir a una lucha a muerte en pleno oeste.
Vuelvo a la infancia y a los sueños, porque es importante no perder la perspectiva de la magia.
Si hablara con voz de adulto medio diría: bueno Iker Casillas se va del Real Madrid( o le obligan a ello) y qué, no me da pena ninguna, ¡con todo el dinero que cobra!
Como veis nombraría la palabra dinero( tan importante en los adultos) y daría por sentada, la limitada utilidad de un trabajador dentro de una empresa.
Pero si hablara como niño, no hablaría, lloraría al ver marcharse a mi ídolo a otro país.
El fútbol, como tantas otras cosas, en la sociedad capitalista en que vivimos, está cada vez más sumido en una estructura politizada y cada vez más desarraigada de valores humanos.
Es una pena. A mí me gusta pensar, que por muchos Florentinos que existan en el mundo, los niños seguirán siempre eligiendo a sus ídolos.



99


Eran las 2:30, lo sabían los relojes y la noche, los murmullos de luz entre la senda abierta del parque. La luna existía a la espalda, como un lunar de historias al que abandonarse si el silencio se prolongaba más de la cuenta. El camino estaba repleto de imágenes, gérmenes de día que vagaban en paralelo a mis pasos, como un ejército que se alimentaba de mí. 
Mis ojos se adelantaban como peces, buscando la última puerta. Ese marco de hierro tras el cual se divisaba una curva, que bien podía ser una carretera o el aliento exhausto del horizonte vencido.
En el instante en que crucé su arquitectura de polvo, dos luces cegaron mis pasos.
A medida que mis pupilas iban despertando, se desperezó ante mí el cuerpo de un Cadillac de otro tiempo. Fueron dos segundos en los que luché a muerte por adivinar la matricula, era mi única oportunidad de averiguar dónde había desembocado.

viernes, 10 de julio de 2015

98

El contorno de su voz era como una cascada 
que golpeaba la distancia y los pronombres
Decía cualquier cosa
y los minutos se contaban la espalda
en el intento de aproximarse a cada matiz
Creerme si os digo que por entonces 
existían los dragones 
y la propiedad conmutativa de los sueños
Que era primavera la primera luna de enero
y los gatos siempre sabían volver
Su melena era un desarraigo formal 
o ese principio de bosque
por donde perder los ojos y el alba
Solía decirme ven 
y yo me cruzaba de lado el horizonte,
como si fuese un semáforo sin oposición de fe.

97


Hay un Chino en la calle Montera. Su dueño es un tipo bajito, con el pelo grasiento, la mirada obscena y las manos más sucias que he visto en mi vida. Llegué hasta él desde Sol, eran las doce de la noche. Tenía un hambre del tamaño de Canadá y se me ocurrió caminar en dirección Gran Vía, buscando un sitio donde comprar algún aperitivo que parcheara el sonido de mi estómago. 
Mientras decidía, entraron dos prostitutas que eligieron una Fanta Naranja y una Coca-Cola. El tipo las miró como miran los carroñeros a sus víctimas, dijo algo en un idioma ininteligible y ellas asintieron como quien acepta la soga. Pagaron 2 euros y justo antes de irse, pidieron un par de pajitas, que el dueño les dio, no sin antes pasarse la lengua por el labio superior, mientras les radiografiaba el cuerpo a modo de despedida.
La operación se repitió dos veces más, misma coreografía, que terminaba con dos cuasi-adolescentes saliendo a cumplir su condena, con una lata de refresco con pajita entre sus manos.
Al final no compré nada, salí a duras penas del antro inmundo, con el corazón gravemente dañado y preguntándome qué criterio se sigue en el infierno para elegir a sus víctimas.

96


Actuar con el público de lado, el silencio de lado, 
ningún asiento vacío, el calor, la energía en círculos,
es mágico. 
Pero actuar con el viento en contra
y tener que hacerte oír,
creo que es un gran aprendizaje.

95

El hombre, quizás afectado por el calor, 
la desigualdad social, el silencio de los cuerpos, 
la soledad y la sangre, el ruido 
arrojó el móvil contra el sofá
y apretó con fuerza un cojín contra sus teclas. 
Esperó 5, quizás 7 minutos 
hasta que el sistema operativo dejó de respirar.