La sensibilidad como etiqueta.
A menudo me lo dicen: eres un chico sensible.
Y os prometo que me halaga recibirlo. Creo que la etiqueta responde a la imagen
pública, a la manera que tengo de volcarme en el poema, eligiendo no tapar
nada.
Pero luego esa etiqueta se extiende como la mermelada en el pan de la mañana, y
si entro en la terna de solteros de ciudad, paso de ser sensible, a ser Aquaman
en un entorno dominado por tipos duros tipo Logan, con toda esa carga dramática
y la
testosterona a punto de romper. Ombligos de hombres que mantienen a raya a
mujeres que se mueren por sus huesos, tan edición especial, que están
dispuestas a todo por vivir un amor inflamable.
Los miro desde mi cara angulosa, mis piernas tipo
mantis, desde la ausencia de cuartos traseros.
Medio kilo de poema y una tendencia a pasar
desapercibido.
Así es imposible como podréis imaginar. Mi índice
de popularidad en el amor baja mes a mes. Lo certifico cada día 7 con un dolor
de poema.
Eso sí cuando me toca subirme al escenario cambia la
historia y soy otro. Las tablas me dan lo que la vida me esquiva.