martes, 14 de julio de 2015

99


Eran las 2:30, lo sabían los relojes y la noche, los murmullos de luz entre la senda abierta del parque. La luna existía a la espalda, como un lunar de historias al que abandonarse si el silencio se prolongaba más de la cuenta. El camino estaba repleto de imágenes, gérmenes de día que vagaban en paralelo a mis pasos, como un ejército que se alimentaba de mí. 
Mis ojos se adelantaban como peces, buscando la última puerta. Ese marco de hierro tras el cual se divisaba una curva, que bien podía ser una carretera o el aliento exhausto del horizonte vencido.
En el instante en que crucé su arquitectura de polvo, dos luces cegaron mis pasos.
A medida que mis pupilas iban despertando, se desperezó ante mí el cuerpo de un Cadillac de otro tiempo. Fueron dos segundos en los que luché a muerte por adivinar la matricula, era mi única oportunidad de averiguar dónde había desembocado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario