domingo, 17 de mayo de 2015

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La mayoría de las veces actúas para tus amigos, acuden tantas veces como sueñas mostrar, compartir tu trabajo. 
He perdido la cuenta de los locales, bares míticos de Madrid, que independientemente de la gente que el cartel arrastre, no te invitan ni a una cerveza.
Yo sinceramente no pido limosna, cuando termino voy y pago mi cuenta. Pocos se arrancan a compensar tu voz con algún gesto. Y digo gesto porque en estos entornos, queda fuera de toda duda que no vivimos de esto. 
Nuestra vida es esto, no podemos renunciar a las tablas, porque allí volcamos la sangre y el vértigo de la creación, la necesidad irrenunciable de estar ahí. La elección más maravillosa de nuestra vida.
Por eso me duelen los guetos de poetas, las mareas de pseudo-amigos /seguidores ( tú me ves y me adulas, yo te correspondo) que van y vienen y solo se retroalimentan entre ellos, los dueños de templos del arte que te perdonan la vida por solicitar actuar bajo su manto, me duelen las 12000 dificultades para montar un microteatro, mostrarlo, no hablemos ya de una obra de teatro.
Quizás la culpa sea nuestra, porque en este mundo globalizado y devastador, no nos damos el valor suficiente, ya que la arquitectura misma de la sociedad que nos dirige, nos lo arrebata, condenándonos al exilio del ego y la dispersión.

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