Llevo media hora para irme al gimnasio, pero no dejo de dar vueltas, porque tengo la necesidad de escribir.
Tengo hambre y sed, por eso disparo un poema al aire que disipe las nubes. No me queda ni media metáfora. Duele el amor cuando apenas te roza y te quedas con cara de otro mientras arrancan los soles, un día, otro día..
La inmortalidad reside en la soledad y la piedra, porque cuando el silencio te rodea, la muerte no te alcanza y la vida se acomoda en el muro.
Yo suelto pájaros, cada uno de un perfil diferente. Los crío fuertes, naranjas, sin miedo al horizonte. Por eso siempre vuelven susurrándome al oído que me cruce de ciudad.
Y yo siempre escucho sus nombres. La última vez, fue en Madrid. En un paso de cebra a las dos de la madrugada de un viernes. Un taxi esperaba la mano de quien yo acariciaba como una posibilidad entre un millón. Era un taxi amarillo, que desprendía esa seriedad de historias acumuladas. Una máquina triste con semblante de boxeador inclemente. Me arrebató la dignidad y la lluvia, la posibilidad del beso, me dejó la piel alterada.
Después vino la calma.
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