domingo, 14 de septiembre de 2014

LXXII

De pequeño estaba apuntado a un equipo de fútbol sala, también de fútbol once, me pasaba el día con el balón en los pies. 
Entrenaba bien, disfrutaba con el balón, acariciándolo en cada regate. 
Pero llegaba el día de partido y me paralizaba, veía el balón pasar una y otra vez, las piernas de mis compañeros, las de los jugadores del equipo contrario, el cielo, la arena del campo, la lluvia, el silencio.
Cada fin de semana era así, entre semana disfrutaba entrenado y el día del partido me paralizaba; para mí todos los partidos terminaban en drama, porque me daba mucho coraje esa parálisis momentánea que se apoderaba de mi.

Ahora 20 años después, llevo un tiempo desquitándome, cada vez que me subo a un escenario, en cada poema, en cada escena de teatro, hago las paces con el niño de entonces y disfruto tanto, tanto, tanto...

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