Y llega el día en que te
das cuenta que la ciudad es la misma que ayer. Los programas de reinserción no
pueden hacer nada por ti. Y te planteas cambiarte las horas, escribir como un
ermitaño, olvidarte de los pronombres o viajar, pero ninguna de las opciones es
compatible con la variable realidad. La situación se agrava todavía más desde
que la filosofía no es materia importante en los planes de estudios, y para
colmo, la chica de la mesa de enfrente te mira como si fueses una papeleta de
un grupo político minoritario.
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