Llevaba tres años dibujando el cielo. Cada tarde a la
misma hora, colocaba los lápices frente a la ventana, mientras mordisqueaba una
manzana.
Siempre repetía el mismo ritual, estiraba los trazos como quien controla una cometa, pero el viento, la lluvia o el sol solían desordenarle las metáforas.
Siempre repetía el mismo ritual, estiraba los trazos como quien controla una cometa, pero el viento, la lluvia o el sol solían desordenarle las metáforas.
El tercer día del cuarto año agarró
delicadamente la lámina, la estuvo contemplando un buen rato frente a la
chimenea y finalmente la arrojó al fuego.
Fue en ese preciso instante, cuando la visión del
crepúsculo
irrumpió con fuerza en los límites de su percepción.
Preparó una taza de café, se sentó de nuevo en su mesa de trabajo y terminó el dibujo en apenas un par de horas.
irrumpió con fuerza en los límites de su percepción.
Preparó una taza de café, se sentó de nuevo en su mesa de trabajo y terminó el dibujo en apenas un par de horas.
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