Empezamos a perder la batalla el día en que inventaron los
relojes. Esas pequeñas máquinas pasaron a controlarnos el pulso, acelerando o
aminorando el ritmo, la calle, los días.
Pero éramos libres aún, podíamos llamarnos a gritos, la gente todavía se hablaba desde las ventanas, y el amor vivía en los cuerpos.
Pero inventaron los cierres centralizados, las entidades bancarias, el sexo sin amor, el prozac, las reglas.
Alguien escribió Un Mundo Feliz y no le hicieron caso. Pero todavía existían las cabinas y las sesiones dobles de cine, las cartas de amor, los poemas en papeles mojados. Incluso todavía tenían valor los amores de verano.
Pero éramos libres aún, podíamos llamarnos a gritos, la gente todavía se hablaba desde las ventanas, y el amor vivía en los cuerpos.
Pero inventaron los cierres centralizados, las entidades bancarias, el sexo sin amor, el prozac, las reglas.
Alguien escribió Un Mundo Feliz y no le hicieron caso. Pero todavía existían las cabinas y las sesiones dobles de cine, las cartas de amor, los poemas en papeles mojados. Incluso todavía tenían valor los amores de verano.
Pero llego Internet y empezamos a perdernos realmente.
Sustituimos las cartas por los e-mails. Aparecieron los teléfonos móviles y
dejamos de memorizar los números importantes.
Pero todavía eran rudimentarios, dinosaurios de teléfonos que descosían los bolsillos del pantalón y servían para llamar y mandar algún mensaje escueto.
Pero todavía eran rudimentarios, dinosaurios de teléfonos que descosían los bolsillos del pantalón y servían para llamar y mandar algún mensaje escueto.
Hasta que aparecieron los teléfonos
inteligentes, whatsapp y las redes sociales. No nos dimos cuenta que esto no
presagiaba nada bueno. Teléfono inteligente + red social = individuo atrapado.
Cada teléfono, cada aplicación, cada red
social nos brindaba la opción de bloquear a la persona que quisieras , dándonos
el poder del mago.
Y ahora, cada vez se lleva menos decirse las
cosas a la cara, confundimos cortar por lo sano con abrir en canal el espacio
y apartar lo que ya no interesa.
Lo cierto es que desde que te fuiste sin más,
bloqueándome del Whatsapp y restringiéndome las llamadas, soy incapaz de
ponerme en contacto contigo, porque a pesar de que sé dónde vives más o menos,
nunca se me ocurrió meter tu dirección en el GPS, porque no he confiado nunca
mi camino a este artefacto inmundo.
Así que debo asumir que tu mitad se separa de
la mía, porque quizás nos mantenía comunicados la herramienta
equivocada.
Pero te digo, cuánto bien hubieses hecho en mí, al decírmelo a la cara o a los ojos, porque este silencio infame me duele tanto que no sé separar el cuerpo del mismo dolor.
Pero te digo, cuánto bien hubieses hecho en mí, al decírmelo a la cara o a los ojos, porque este silencio infame me duele tanto que no sé separar el cuerpo del mismo dolor.
Sé que después de esto no volveré a confiar
tan fácilmente en nadie. Porque no es la primera, ni la segunda vez que una
mujer me silencia para siempre, a pesar de mi firme insistencia de seguir vivo.
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