Te digo que yo una vez
tuve el pelo largo. Llevaba la melena despreocupada, colgando a los lados del cuello. Solo me hacía coleta
cuando entraba al trabajo o hacía el amor. El resto del día mi pelo era libre y
responsable de cualquier pájaro que anidase en él.
Apenas calzaba un siete de soledad y el mundo
era más fácil. Los edificios se desplegaban sin sentido, invisibles a mi vista
de océano. Solía escuchar el último disco de Metallica y miraba de reojo a los
colegas que tenían la Dreamcast. Yo elegí la otra, la que jamás sacó un juego
parecido al Shenmue.
Da igual.
Lo cierto es que en esa época los acordes sonaban distintos, la cerveza también. La bebíamos por litros intercalando palabras. Paso, envido a grande, órdago, mientras poníamos a parir al profesor de psicología del trabajo. Como para no reírse de él, nos suspendía en masa, mientras en clase se confesaba adicto a comprar en teletienda.
Da igual.
Lo cierto es que en esa época los acordes sonaban distintos, la cerveza también. La bebíamos por litros intercalando palabras. Paso, envido a grande, órdago, mientras poníamos a parir al profesor de psicología del trabajo. Como para no reírse de él, nos suspendía en masa, mientras en clase se confesaba adicto a comprar en teletienda.
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